Experiencia de cliente narrada: El camino hasta mis sueños

By septiembre 7, 2015I´m Experiences

Estamos acostumbrados a postergar nuestros sueños, olvidarlos, incluso enterrarlos. Por eso, muchas veces, el día en que necesitamos soñar nos da la sensación de que ni sabemos hacerlo, ni sabemos siquiera lo que queremos. La paciencia, la escucha y las preguntas correctas nos conducen al sitio en el que abandonamos la inocencia de ilusionarnos y desde allí, rescatando los sueños perdidos, seremos capaces de construir las realidades más maravillosas jamás vistas. Salvador Costa Sogas.

Hoy te traemos una experiencia de cliente narrada con la que tal vez te vengan ganas de boda 😉 ¿Que no o que sí? No sabes aún lo que pueden conseguir la voz de un cliente satisfecho y su historia narrada con corazón y estrategia.

El camino hasta mis sueños

Ser enfermera te da la oportunidad de conocer a mucha gente en situaciones que no son fáciles y que, si no estuviéramos tan ocupados y tan poco pendientes de nosotros mismos, nos enseñarían a pensar y a sentir de otra manera.

Todas las semanas conoces a personas que se van y personas que se quedan

Las que se quedan lo hacen con un ímpetu diferente. Retoman proyectos que dejaron, comparten más con sus familias, vuelven a soñar. Casi todas las personas que tienen una segunda oportunidad vuelven a creer en sus sueños. Y sin embargo a ti, que ves a la muerte llegar e irse cada semana, ves el cambio alrededor, la fugacidad del tiempo y la manera con la que la vida nos sorprende y nos indica el camino correcto, se te suele olvidar todo en cuanto te quitas la bata, coges el coche y retomas ese ritmo frenético, ese “sigue corriendo, que a ti no te va a pasar”.

Un buen día paras y ese día no sabes por dónde empezar

Conocí a una mujer que llevaba quince años de relación con su pareja. La salud le había dado un pequeño toque, nada que no pudiera remediarse, nada grave. Y sin embargo aquella estancia en el hospital la hizo meditar sobre varias cosas.

Una mañana me dijo: “¿Sabes? Yo era la típica niña que siempre estaba soñando con su boda

Ya sabes, nos inculcan esas cosas desde pequeñas. Me entretenía pensando en el banquete, la Iglesia… y cada tarde imaginaba y dibujaba un vestido distinto. Luego se me pasó, digamos que con los años bajé a la tierra y empecé a pensar aquello que dice tanta gente, ¿no? Que una boda es sólo firmar papeles y reunir a todo el mundo y que el amor es otra cosa. Luego conocí a Manuel, que tampoco es fan del matrimonio y siempre hemos estado tan bien a nuestra manera que para qué, ¿no? Pues qué quieres que te diga… Estos días he retomado esa ilusión y me daría pena volver a perderla. La vida son dos días, ¿sabes? Como empecemos a cambiar nuestras ilusiones por pensamientos prácticos, al final, cuando se nos lleven, sólo encontrarán conexiones nerviosas y brazos y piernas que ya no se mueven, como si en lugar de personas, fuéramos robots de carne. ¿Sabes a qué me refiero?”.

Recuerdo que asentí con la cabeza y por un momento me puse a pensar en mí misma

Seguía siendo aquella niña que soñaba con su boda, pero siempre me encontraba “demasiado ocupada”, siempre postergaba mis sueños para el año siguiente. Y así, desde que supe que José era el hombre de mi vida, hasta aquel preciso momento, habían transcurrido ocho años.

“¿Tú te has casado?”, me preguntó entonces, como si estuviera leyendo mis pensamientos.

“No”, contesté. Y fui sincera: “Me ha pasado un poco como a ti. Siempre encuentro excusas para seguir como hasta ahora”.

Ella sonrió y dijo: “Mira a ver… Que la vida son dos días y el día menos pensado nos pilla el toro”.

Aquella tarde me puse a pensar y me hice varias preguntas

La primera de ellas, o al menos la más importante fue: ¿Qué estaban escondiendo mis excusas?

¿Por qué no acababa de dar ese paso? La respuesta que encontré en mi interior no me gustó demasiado: tenía miedo y me faltaba confianza en mí misma. Tenía miedo de “auto-decepcionarme”, de no llegar a las expectativas; resultaba más sencillo mantener un sueño en la cabeza que intentar convertirlo en realidad y fallar. Resultaba sencillo esperar; “el año que viene será un mejor año”, “el año que viene estaré más guapa, más delgada”, “el año que viene sabré perfectamente lo que quiero”. Y así, excusa tras excusa, iba pasando el tiempo, implacable, siempre igual y monótono.

“Está bien”, me dije. “Vamos a dar un primer paso”

Así que llamé a una de mis mejores amigas y le planteé que quería casarme, realmente, y que quería empezar a mirar sitios, probarme vestidos, elegir menús. Y sinceramente, las semanas siguientes resultaron caóticas. No me aclaraba con nada, cada detalle me resultaba un mundo y mi confianza, en lugar de crecer, como yo esperaba, comenzó a disminuir.

“Nadie te va ayudar a confiar en ti misma”, me dijo mi amiga

“Eso tienes que hacerlo tú sola”. La verdad, nunca he creído en ese tipo de frases y hay muchas: “Cuando estés bien contigo misma, encontrarás a la persona que necesitas”, “cuando sepas estar sola, comenzarás a estar bien acompañada”, “cuando te quieras tú, te querrán los demás”. No digo que no sean ciertas estas frases, solamente creo que cada persona aparece en tu camino por algo y cada persona tiene una enseñanza que brindarte, una mano que tenderte para caminar juntos. Somos animales sociales, eso lo aprendí hace tiempo y, gracias a los demás, crecemos, mejoramos, avanzamos… No somos alacranes que viven solos, debajo de una piedra, esperando a que algo ocurra para salir y comenzar a pisar fuerte: somos humanos que necesitan de otros humanos.

Así que volví a planteármelo todo desde el principio y decidí pedir ayuda

Encontré un portal de bodas que ofrecía varios servicios, entre ellos Wedding Planners: esas personas que te ayudan a planificar y preparar tu boda. Estudie con atención todos los perfiles profesionales y por intuición, ese “algo” que te lleva a elegir una cosa y no la otra, sin mayores explicaciones que las emociones que de repente se te mueven dentro, escogí a Salvador Costa.

Tuvimos una primera charla telefónica que me confortó, me aportó tranquilidad y, en cierto modo, me ayudó a recuperar parte de la confianza perdida

Después quedamos para vernos en persona y hablar largo y tendido.  A partir de aquella tarde, mi mejor momento, cada semana, era encontrarme con él y descubrir nuevas ideas y nuevas tareas que hacer diariamente, como recordar la música que nos unía a mí y a José y escucharla en el coche, pensar en los lugares más bonitos a los que habíamos ido de vacaciones, imaginar el traje de mis sueños, sin tener en cuenta los michelines ni las dietas, ni ninguna otra tontería por el estilo, simplemente dejándome llevar y confiando en la imagen que me devolvía el espejo, mi propia imagen, la imagen de una mujer fuerte que, poco a poco, se había hecho a sí misma y realmente se gustaba, al margen de estereotipos sociales.

Juntos recorrimos un camino sencillo, compuesto de deseos que se cumplen

Salva me enseñó que un menú de boda no es un compromiso farragoso que se toma pensando en las posibles quejas de la gente y en unas expectativas impuestas que sólo generan angustia, sino una elección divertida que te da la oportunidad de compartir y agradar. Me enseñó que los detalles son siempre personales y significativos, que el “lujo” es una palabra vacía y que, lo que realmente importa, no se mira ni se elige por su valor monetario. Me enseñó que los lugares aparecen de improviso, buscando desde el corazón, no a partir de listas frías de fotografías y nombres y, desde el corazón y la intuición –creencia que nos une-, encontramos  una masía perdida entre montañas con cocina propia y todo lo necesario para sentirme única, en un día único. Salva me enseñó a pensar en mí misma y en todo aquello que realmente deseaba: unos zapatos cómodos para bailar toda la noche, la música que siempre recordaríamos –y recordarían nuestros invitados-, y el vestido… Un vestido que me conciliaba con mi niñez y con esa parte de mí, muy profunda, que no creía en modas ni en cuerpos “soñados” sino en mis propios sueños.

Cada día llegaba al trabajo con una sonrisa de oreja a oreja y ese brillo especial que nota el resto de la gente

 “Estás tan guapa y tan distinta…”, comentaban compañeros y pacientes. “Estoy preparando mi boda”, contestaba yo. Pero realmente la respuesta precisa no era esa sino: “He encontrado a la persona que me va a ayudar a convertir mis sueños en realidad”. “He encontrado a alguien en quien confiar y junto al que trabajar mi confianza”.

El día de mi boda llovía a cántaros, pero yo me encontraba realmente feliz. Preparé con José un baile nuestro, con una de nuestras canciones favoritas. Recordaba cada nota sentada en el coche que me llevó desde la Iglesia hasta la masía, apoyaba la cabeza contra la ventana y me dejaba llevar por el maravilloso sonido de la lluvia y el paisaje verde, a cada momento más verde. “¡Anda que no llueve!”, comentó la chófer. Sonreí y busqué su mirada a través del retrovisor: “Es perfecto, aunque llueva”, le contesté en voz baja. “No; si perfecto tiene que ser, mujer; es el día de tu boda. Pero llover… llueve”. “Pues que llueva”, pensé para mis adentros.

Salva me esperaba en la entrada de la masía, con un paraguas y esa mirada suya inconfundible

Se acercó, me cubrió con el paraguas, me dio un beso en la mejilla y me susurró: “Estás preciosa”. En aquel instante supe que, aunque callera el mismísimo Diluvio Universal, ese día sería el día más especial que recordaría jamás. Y así fue.

Cada vez que pienso en Salva pienso en esa persona que estuvo en cada momento, en cada detalle. Esa persona que me agarró fuerte de la mano y me enseñó que somos capaces de construir la realidad que deseemos, que el camino hasta nuestros sueños está delante de nosotros, solamente necesitamos dar el primer paso, dejarnos llevar porque “la vida son dos días -como decía aquella mujer- y, el día menos pensado, nos pilla el toro”.

Salvador Costa TheWeddingPlanner

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Texto: Judith Bosch, IMGENIUZ

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