¿Café negro, señor? Respondía furibundo: «No, señorita. Café, café». Porque, en efecto, salvo en el caso de que sea torrificado y, por ende, impuro, el café no es ni debe ser negro, sino café. Renato Leduc.
El conocimiento genuino nace de la curiosidad y se alimenta diariamente con amor a las cosas bien hechas. Ramón Martí
Hoy te traemos un ejemplo de Branded Content para HORECA con el que vas a renovar ideas y energías. Deseamos que lo disfrutes tanto como lo hemos disfrutado nosotros durante el proceso de investigación y creación.
Descubrir el Café
Rafael Barberena estudió delineación y en su época de estudiante, con largas noches sin pegar ojo, delante de trazos, compases y cartulinas, se convirtió en un cafetero incorregible. Al principio no deparaba mucho en el sabor y las cualidades del producto; se trataba simplemente de una bebida que le ayudaba a permanecer despierto y potenciaba su capacidad de atención. Poco a poco, con los años, fue interesándose por los distintos tipos de cafés y modo de elaboración. Aprendió a distinguir la clase de tueste, el sabor inconfundible de cada denominación de origen y las proporciones de producto y agua que le proporcionaban a su paladar «el café perfecto». Por eso, el día que leyó en el periódico «Soley busca operario para planta de envasado de Café», envió su currículum inmediatamente. Necesitaba un trabajo con el que sufragar gastos mientras estudiaba y nada se le antojaba más apetecible que pasar esas horas en contacto directo con una de sus grandes aficiones: el café. Lo que no sabía Rafael, ni nadie en su entorno, era que esa decisión espontánea condicionaría para siempre el curso de su vida.
«El café está vivo», decía el Sr. Ramón Martí, uno de los formadores más refutados de la empresa
«Por eso es necesario que la válvula permita la salida de sustancias volátiles pero no su entrada. Los granos deben continuar su proceso dentro del envase pero conservar su aroma y su sabor. De ahí la importancia de vuestro trabajo».
En la sala de formación había diez o quince nuevos trabajadores
La mayoría jóvenes como Rafael, que encontraban en aquel puesto un ingreso extra y una tarea compatible con sus estudios. Nadie estaba especialmente interesado en el discurso del Sr. Ramón, algunos tomaban notas de manera automática, otros aprovechaban para desviar la mirada hacia las ventanas en cuanto se daba la vuelta. Rafael, en cambio, encontró en aquella experiencia infinidad de conocimientos y detalles que dibujaron en su mente un mapa completo de técnicas y procesos fascinantes. Algunos respondían preguntas que alguna vez se había formulado, otros lo llevaban a formular preguntas nuevas. Y al cabo de un par de horas, aquella reunión formativa, se convirtió prácticamente en un diálogo entre Rafael, que preguntaba, y el Sr. Ramón que, motivado por la avidez de su interlocutor, respondía con un tono de voz contundente y apasionado.
—Te gusta el café, ¿eh, chico? —Le preguntó el Sr. Ramón a Rafael en uno de los descansos
—Sí —contestó Rafael —. Me gusta mucho.
—Eso está bien —continuó el formador —. El tuyo es un trabajo que, a priori, puede parecer monótono y desagradecido. Pero si te gusta el café, aprenderás muchas cosas en esta empresa.
Aquella fue la primera de muchas charlas
Entre el Sr. Ramón y Rafael se creó ese vínculo especial que une a las personas apasionadas por aprender cada día algo nuevo y disfrutar cada día de lo que hacen.
Solían verse y hablar en los descansos y cuando sus horas de salida coincidían quedaban, como no, para tomar café. Cada día que pasaba Rafael hacía trazos sobre el papel con mayor indiferencia e iba en cambio a trabajar con más ganas y entusiasmo. Sin querer, poco a poco, aquella tarea que comenzó siendo un recurso para ganar algo de dinero mientras continuaba sus estudios, se convirtió en un aliciente vital muchísimo más vivo y real que la propia delineación.
Un día, en el descanso, Rafael buscó al Sr. Ramón, como era costumbre. Y no lo encontró.
Vio algunos compañeros con el semblante alterado, preguntó por el Sr. Ramón y le comunicaron la noticia de que había sufrido un infarto.
Afortunadamente superó el percance pero aquel hombre, el maestro y el referente de Rafael, no volvería a trabajar en Soley, sino que empezaría un nuevo camino profesional, dedicado única y exclusivamente a la formación.
—Las presiones no perdonan, chico —le comentó una tarde a Rafael
Estaban frente a frente, en una de sus cafeterías favoritas. Uno con el rostro cansado pero los ojos aún brillantes y llenos de ilusión. El otro desconcertado, se sentía lejos de la vida que había planeado: no quería ser delineante, aunque siguiera estudiando. Deseaba, por encima de todas las cosas, continuar creciendo dentro del mundo del café.
—Se te echa de menos —dijo Rafael con voz apagada.
—Bueno. Uno tiene que saber cuándo parar. O cuándo empezar otra cosa. Y si uno no lo sabe ya el cuerpo le avisa —explicó el Sr. Ramón en tono irónico y con una sonrisa a medio labio. —No estoy hecho para esto —continuó —. No estoy hecho para las presiones y las exigencias de una empresa tan grande. Simplemente estoy hecho para amar al café y formar, ese es mi mundo. ¿Sabes? Si pudiera, montaría una empresa como las de antes: «de la tostadora de café a tu casa». Una empresa tradicional, familiar, con mucha calidad y que valore el trabajo bien hecho y las personas por encima de la facturación. Soley es una empresa fabulosa y estoy orgulloso de haber trabajado con ellos todos estos años. Pero ha crecido, se ha hecho demasiado grande para mí.
—Y, ¿ahora?, ¿qué harás? —inquirió Rafael
—De eso mismo quería hablarte. La Asociación Española de Torrefactores tiene un interesante proyecto formativo en marcha del que voy a formar parte.
—¡Cuéntame! —exclamó Rafael, contagiado por el entusiasmo de su maestro y amigo, pero sin sospechar en absoluto lo que el Sr. Ramón tenía entre manos.
—Empezaré el mes que viene si todo marcha bien. Impartiré formación especializada a empresas nuevas y empresas familiares que necesitan un cable. Viajaré por todo el país hablando de lo que más me gusta y conociendo negocios que tienen mucho que decir, chico, y que con la formación apropiada, harán grandes cosas.
Rafael lo escuchaba atento sin mediar palabra.
—Y bueno… Me gustaría mucho que tú me acompañaras —concluyó el Sr. Ramón
Y aquella, volvió a ser la primera de muchas charlas, sobre café, pero ya no ceñidas a momentos de descanso ni salidas de la fábrica, sino completamente enfocadas a un ilusionante objetivo común: aprender continuamente, enseñar, compartir y ayudar a otras personas a que perfeccionaran su trabajo. Los vínculos de los dos hombres continuaron fortaleciéndose y Rafael conoció a Ramón hijo, también amante del café, con el que hizo en seguida muy buenas migas.
Los meses pasaron rápidamente y un buen día, Rafael, que siguió compatibilizando las tareas con sus estudios, llegó a su casa con un título bajo el brazo.
— ¡Por fin! —exclamó su madre —Ahora a buscar trabajo en un estudio de arquitectos.
—Bueno… —vaciló Rafael —no es eso lo que tengo pensado —. No quiero ser delineante. Quiero ser maestro torrefactor
— ¡Anda la hostia! —volvió a exclamar la madre —. ¿Y tus estudios qué? ¿Qué vas a hacer con tu título? Llevo todos estos años viéndote estudiar y trabajar sin descanso, sin tiempo para ti… Hijo, si no haces nada con tu título todo ese esfuerzo habrá sido tiempo perdido.
—Bueno… —volvió a vacilar Rafael —cuando me toque plantear mi propia fábrica, tal vez me anime a hacer yo mismo los planos.
Simplemente lo supo
El día que Rafael Barberena consiguió su título de delineante supo que la vida no lo había preparado para buscar trabajo sino para crear su propia iniciativa empresarial. Aquellas palabras que le escuchó al Sr. Ramón: «Si pudiera, montaría una empresa como las de antes: de la tostadora de café a tu casa. Una empresa tradicional, familiar, con mucha calidad y que valore el trabajo bien hecho y las personas por encima de la facturación», habían germinado en su cabeza y estaban destinadas a convertirse en realidad. Así que su madre no sólo tuvo que asumir que él jamás ejercería como delineante sino que además vio como Jacinto, el hermano de Rafael, contagiado por el entusiasmo, también se embarcaba en la aventura cafetera.
El Sr. Ramón, Ramón hijo, Rafael y Jacinto le dieron vida a esa idea romántica y trabajaron durante años para convertirla en lo que hoy es
Su marca genuina tiene presencia en hostelería y en los hogares de las personas amantes del café recién hecho: «de la tostadora a tu casa», con mucha calidad, procesos muy cuidados y un equipo en el que el talento de las personas y el trabajo bien hecho son las realidades más importantes.
Empezaron en un piso de Cornellá
Rafael ayudó a plantear los salvoconductos que llevarían las sustancias volátiles de la máquina tostadora al exterior. Cada mañana tostaban el café, muy temprano, lo envasaban, lo cargaban en la furgoneta y lo repartían de casa en casa.
Con el tiempo pudieron costearse su propia fábrica, en Piera
Luego crearon una grandiosa delegación comercial, en Sant Andreu de la Barca, cuyo principal activo, desde que empezó hasta nuestros días es la formación de calidad. El Know-How de cafés Mama Same lleva 25 años pasando de trabajador a trabajador y perfeccionándose en un flujo constante de ideas y pasión por el trabajo bien hecho. Y lo que empezó siendo la decisión espontánea de un joven amante del café y el sueño de un formador apasionado, ha concluido en el desarrollo y éxito de una marca destinada a enamorar a los cafeteros más exigentes.
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Texto: Judith Bosch. IMGENIUZ.