Podríamos contarte que esta historia empieza frente al timón de un barco llamado Sis, en honor a los seis jóvenes que participaron en su restauración, pero sería simplificar demasiado; esta historia empieza con un hombre que luchó en la batalla del Ebro, estuvo preso en el campo de concentración de Collioure, fue desterrado de La Mancha y acabó en Catalunya, sustituyendo el fusil por el objetivo fotográfico. Desiderio Herrero, que es como se llamaba este hombre, se convertiría en el primer fotógrafo de Terrassa; allí se casaría y tendría cinco hijos que aprenderían todos los secretos del oficio.

No hay arte ni praxis que trascienda aisladamente de generación en generación; también trascienden las vivencias y parte del alma de quien enseña. La angustia se queda en las víctimas de la guerra, fosilizada en los ojos y en la carne del corazón, y cuenta historias sin que los labios digan nada. Tal vez estas historias mudas forjaron alas de agua en el inconsciente de los Herrero; el deseo que vivir en libertad, a merced de los caprichos de la marea y de la incertidumbre. Tal vez la costa catalana, por si misma, atrape y embruje a los espíritus aventureros. La verdad, tal vez inexplicable, es que los cinco hermanos desarrollaron una poderosa e inamovible pasión por el mar. Y Xavi Herrero, el protagonista de esta historia, era el último de los cinco.

Enric, el hermano mediano, reunió un día a su novia y a cuatro amigos más y juntos restauraron un barco muy viejo que, con ilusión y horas de trabajo, logró echarse a la mar y navegar durante más de veinte años. Este Barco, llamado Sis, fue el primer barco que conoció Xavi.

Desde los once años de edad Xavi navegaba hasta Cap de Creus junto a su hermano Enric. Allí practicaban camping libre y comían lo que el mar les ofrecía. Pasaban semanas pescando, durmiendo en la arena y compartiendo recursos con otros aventureros, pescadores o jóvenes que, como ellos, huían de la ciudad para reencontrarse con el lado más puro y primitivo del ser humano. Por las mañanas solían desayunar salmonetes fritos y cada noche prendían una fogata, tocaban la guitarra y bebían ron cremat.

A los dieciséis años de edad el pequeño de los Herrero comenzó a practicar windsurf y alternaba semanas a solas, sobre una tabla y asiéndose a las manos del viento, con semanas navegando a bordo del Sis y en Cala Taballera, de Cap de Creus; el lugar en el que los vínculos fraternales y la pasión por el mar se unían para crear un sentimiento fuerte e inmune al paso del tiempo.

Los hermanos mayores, que aprendieron el oficio de Desiderio, despertaron en Xavi el interés por la fotografía y lo animaron a formarse como operador de cámara y sonido. Gracias a este trabajo Xavi pudo costearse la afición al windsurf, convertirse en un experto de este deporte y empezar a ahorrar para hacer realidad un sueño: comprar su primer barco.

Xavi preparaba en su mente el momento en el que le diría a su hermano Enric: “Hoy iremos a Cap de Creus a bordo de mi barco”. Preparaba aquel momento con tanto empeño que finalmente las palabras, el viento que en su imaginación le rozaba la cara, los ojos brillantes y la sonrisa de su hermano empezaron a desprenderse de las nebulosas de los sueños y a formar una situación nítida y real, más parecida a un recuerdo que a una fantasía.

“Hoy iremos a Cap de Creus a bordo de mi barco”, le anunció con orgullo a su hermano y las palabras escaparon de corrido. Tenía veinticinco años y acababa de hacerse con el Cloririo, de siete metros y medio de eslora. Era el verano de mil novecientos noventa y cinco. Los dos hermanos navegaron por toda la costa catalana, desembarcaron en Cap de Creus y, en aquel lugar tan especial para ellos, rebautizaron el barco. Cloririo pasó a llamarse Erg, “desierto” en árabe.

Los marineros dicen que cambiarles el nombre a los barcos trae mala suerte pero los Herrero no creían en supersticiones. Incluso si alguien les hubiera adelantado que en unos meses aquel barco se hundiría, ninguno de los dos hermanos habría achacado el percance a la superstición marinera; Erg habría seguido conservando su nuevo nombre.

La noche del veintiocho de diciembre de mil novecientos noventa y cinco Erg naufragó. A bordo viajaban Xavi con su perro, su novia y Enric.

La Tramontana abofeteaba con saña el cuerpo del Mediterráneo y las olas furiosas, inmensas, golpeaban al barco y lo zarandeaban sin descanso. Primero cayó el mástil y después la proa se partió en dos piezas. Xavi pidió auxilio a los guardacostas y reunió a los otros tres tripulantes en el lugar más seguro para saltar. “¡Al agua!”, gritó. Los cuatro se arrojaron al mar bravo, incompasivo; los dientes de hielo se clavaban en sus brazos y cada esfuerzo en dirección a la orilla costaba diez veces más que el anterior. Xavi agarró el cuerpo tembloroso de su novia sin dejar de silbar a su perro, que nadaba detrás. La cabeza de Enric, a pocos metros por delante, desaparecía durante minutos debajo de la espuma rabiosa. A lo lejos les esperaban los guardacostas y una ambulancia; Xavi avanzaba con la mirada fija en las luces rojas y azules que brillaban al otro lado. Tocó arena con las manos; varios hombres se aproximaban a toda velocidad. “¡Cogedla!”, gritó mientras adelantaba el cuerpo de su novia e inmediatamente se giró para buscar a su perro. No estaba. Todo era negrura, viento, frío, olas arrogantes y espuma. Volvió a adentrarse en el mar que quiso engullirlo horas atrás y utilizó las pocas energías que aún guardaba para silbar y gritar el nombre de su perro. En unos minutos lo oyó ladrar, siguió silbando y adentrándose hasta que pudo agarrarlo fuerte y sacarlo a la orilla.

“El perro no puede subir”, le dijo uno de los sanitarios. “O sube el perro o no sube nadie”, respondió Xavi. Y subieron todos; los cuatro abandonaron la playa a bordo de una ambulancia, metidos en mantas térmicas.

Algunas semanas después del siniestro Xavi regresó a esa orilla, aquel manto oscuro cubierto de destellos rojos y azules que le guardaba la memoria. La marea, quieta y calma, parecía dedicarle un guiño burlón, un “Soy así, imprevisible; o me tomas o me dejas”. Y allí mismo prometió volver a ahorrar, volver a empezar y volver a capitanear otro barco.

Y el tiempo pasó.

A los veintiocho años Xavi se hizo con el Goig y, burlándose por segunda vez de la tradición marinera, lo rebautizó. Por aquel entonces descubría la prosa sucia y desgarbada de Bukowski y llamó a su barco Chinaski. Aquel amasijo de madreras, de ocho metros y medio de eslora, fallaba más que una escopeta de feria y apenas le duró un año y medio. Así que lo dejó en tierra y derramó toda su sed de mar en la práctica del windsurf.

Y el tiempo, que no espera por nadie, siguió devorando calendarios.

El mes de julio del año mil novecientos noventa y nueve le brindó a Xavi una noticia que volvería a precipitar su deseo de tener un barco propio; una casa con timón en la que vivir y navegar: iba a ser padre. Y en aquel verano, como en tantos otros veranos, el mar y la vida se le antojaron la misma cosa. Nunca estás lo suficientemente preparado para las sorpresas del mar, ni de la vida, hasta que pasan y llegan otras y sigues sin estar preparado. Cada amanecer es una nueva oportunidad de corregir rumbo y dirigir el timón hacia la meta que persigues; una meta que tal vez cambie mañana, tal vez se deshaga detrás del mástil, volátil como las nubes. “Soy así, imprevisible; o me tomas o me dejas”, canturreaba el mar en el momento en que Xavi escogió la libertad como única opción y decidió venderlo todo para comprar el Orión II, un clásico de nueve metros de eslora en el que vivir, navegar y enseñarle al siguiente Herrero de la generación los secretos del Mediterráneo.

El veintiocho de enero del año dos mil nació Ainoa Herrero. Xavi adquirió el Navy Blue, un barco casa en el que descansar y cambió el Orión II  por el Vaporetto, una máquina de hacer regatas, un velero con el que competir y compartir la magia y toda la crudeza del mar y del viento.

Padre e hija navegaban cada fin de semana hasta las Baleares, Italia o las islas griegas. Cada verano creaban una aventura que comenzaba en Cap de Creus –el lugar que conservaba los vínculos fraternales y los mejores recuerdos-  y acababa en cualquier cala virgen del Mediterráneo. Los cumpleaños, las navidades y los finales de cada año podían empezar en una playa y terminar sobre el mismo regazo que el agua prepara para la luna, frente a un negro colador de estrellas.

En dos mil siete Xavi vendió el Vaporetto y compró para su hija el Calipso al que, en dos mil diez y otra vez burlándose de las leyendas del mar, rebautizó con el nombre de Jolly Rouge.

No hay arte ni praxis que trascienda aisladamente de generación en generación; también trascienden las vivencias y parte del alma de quien enseña. A bordo del Calipso (Jolly Rouge), Ainoa Herrero creó su diario-blog, Jo i el mar, para contarle al mundo todo lo que aprendía con su padre y expresar su manera de entender la vida. Cada publicación finalizaba con un poema.

“Nos movemos de puerto en puerto,

de ciudad en ciudad,

de lugar en lugar.

Pero tú siempre estás a mi lado.

Tú eres mi casa sin calle.

Aquí no pueden llegar las cartas,

sólo las gaviotas y las olas.

Ya tienes 26 años

y espero que, por muchos más, seamos compañeros.

No tienes balcón,

pero sí un timón.

Y si quiero mirar el paisaje

sólo me subo al palo como un salvaje.

Nos llaman chalados.

Ya podéis buscarnos,

porque seguro estamos fondeados.

Si nos quieres visitar tendrás que navegar.

Si navegar no te va puedes vomitar.

Quizás eso a ti no te gusta

pero nosotros vivimos como nos da la gana.

Y si tiramos el ancla y te cogemos una pierna,

no te preocupes que te queda la otra.

Si no dejas de quejarte

te tiraremos a los tiburones.

Pero no te preocupes,

que vivo o muerto, con nosotros,

seguro que llegarás al puerto”.

Ainoa Herrero 2011.

El uno de enero dos mil catorce Xavi Herrero aparca definitivamente su trabajo de operador de cámara de TV3 para vivir de la navegación y, a bordo del Jolly Rouge, pone en marcha el proyecto Navegar en Formentera. Su objetivo principal: ofrecer una travesía inolvidable a todos aquellos que, de alguna manera, también llevan sangre azul en las venas y en los sueños.

Ainoa continúa disfrutando del mar junto a su padre. Espera con ilusión la llegada de un hermanito, que nacerá en agosto de dos mil quince, en la isla de Ibiza. Su blog, Jo i el mar, sigue cruzando océanos en internet; un pequeño barco que no necesita timón, mantenimiento ni un sitio en tierra al que volver.

www.navegarenformentera.com

www.joielmar.blogspot.com

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